Cuando quienes trabajamos hablando y escuchando a otros necesitamos parar a escuchar el silencio.

Transcribo unas palabras que me han gustado sobre un pequeño tramo del Camino de Santiago, en soledad,

“Para algunas personas, apegadas a las rutinas diarias de las que la pereza, la inseguridad o la misma desidia nos impiden soltarnos, pequeñas aventuras implican  grandes decisiones, y, en mágicas ocasiones, producen “la transformación” que en el fondo se buscaba. Una de ellas podría ser tan sencilla como ésta: caminar unos días, unos cuantos kilómetros por el Camino de Santiago, descubrir en primera persona si su  comentado poder renovador  es tan real  como cuentan.

  Estas tierras están muy cerca: en el Camino Francés, desde Roncesvalles a Logroño, por lo que no tendré que hacer un gran esfuerzo para desplazarme ni programar un gran viaje que dé la vuelta a mi vida empezando por un largo desplazamiento. Un par de trenes y me coloco en ese destino que es un principio. ¿Principio? No lo sé. 

 Hoy he vuelto;  he estado  atento a lo que he ido viendo, oyendo, sintiendo, y me he encontrado con ésto:

    Gentes variadas, con las que cruzar alguna breve conversación, alguna que acopla su paso al mío, pero con su trayecto, que no quiero ensamblar hoy a mi huella porque  esta vez necesito escuchar otros sonidos, que no palabras, con cuyo sello en el alma  anhelo quedarme. Así, si cierro los ojos, vuelvo a oír  el casi melodioso de la lluvia abundante sobre las hojas de los árboles en Roncesvalles,  el amortiguado por los pastos de esa misma lluvia unos kilómetros más adelante,  el silencio del campo navarro-riojano, caluroso, agotador y, para mí hospitalario; con los ojos cerrados,veo también  la luz de la mañana temprana expandirse espléndida y por igual sobre vides y tierras  fértiles o secas, y con el mismo sueño rememorado, siento  el regalo de un viento cálido, fuerte  y de cara en una etapa final,  hacia Logroño, que paradójicamente me hace sentir  contagiado de su fuerza  y arropado por una emoción  de libertad que parece haberme despojado  de mil fardos inútiles…

  Sin abrir los ojos, vuelvo a  mirar arriba para encontrar la luz de un cielo azul empedrado por tales nubes que se me ocurre que Constable debió ver ese mismo cielo que guió la magia de sus pinceles …

   Y creo que pude ver más cosas en las que seguiré pensando.