UNA RECETA PARA UN MILAGRO
Una cadena de wasap remitida por una compañera me pide compartir una receta de estos “15 días multiplicados por cuatro” y al pensar cuál podría ser, recordando, he hecho un resumen de cada semana pasada, en el que sin duda las comidas han sido protagonistas de un momento vital inesperado.
Para una mujer dedicada al Derecho, que quema la comida cuando la calienta, quedarse sola en casa, con su marido y su hijo regresado de Madrid, oyendo a sus compañeros que lo bueno de volver a casa serán las comidas de sus madres, empezar el día 15 de marzo sin ninguna ayuda en casa impone la obligación de reorganizar toda la estrategia doméstica. Sin embargo, tanta reorganización sin capacidad personal para que eso se convierta en comida, pasa única y exclusivamente por el esfuerzo de comprar más. Aquí no sirve de mucho la imaginación: afortunadamente queda abierto un establecimiento de comidas bastante ricas para llevar, de nombre curiosamente demasiado adecuado a la situación: “Las Rejas en casa”.
En el supermercado están el Caldo Aneto, croquetas precocinadas, pizzas, lasañas, filetes, fiambres, embutidos… pan y poco más para mí.
Pasada una semana, con todos en casa colaborando, intentando hacer comidas sanas, en esta familia perdemos peso. Entre tanto, la multiplicación y contagio de la enfermedad, las dramáticas noticias producen más que angustia, máxime cuando tu madre está, con 84 años, sola en Salamanca, a 474km, a 4 horas y media, dejando de comer, con la tv puesta a todas horas esperando que la muerte pase a llamarla, porque ataca a los mayores, porque ellos no tienen derecho a sobrevivir. Llamadas mañana, tarde y noche no hacen sino acrecentar su miedo cerval y desorientación.
Varias llamadas a una vecina inicialmente optimista y en unos días, tan asustada como mi madre, que solo llora mientras dice que no importa, que ella se muere, que no vayamos a buscarla, que jamás vendrá a nuestra casa porque ella puede contagiarnos a todos, me convencen de que algo está mal en todo este engendro mental que está apagando la conciencia crítica de la realidad que nos hace libres y humanos.
Con la ayuda inestimable de un compañero de trabajo cruzamos el mapa de Albacete a Salamanca. Cuando queda una hora para llegar, llamo a mi madre para decirle que prepare sus maletas. Su respuesta – ¿qué meto en mi maleta?- hace llorar pensando que alguna vez supusimos que podría aguantar sola. Su capacidad de sacrificio le impedía pedir ayuda.
Y una vez en nuestra casa, sin saber si tiene coronavirus porque tiembla, tiene algo de fiebre y casi no puede meter nada en la boca o simplemente sufre de soledad y miedo a una muerte abandonada, esa noche rezamos para que salga adelante alguien que pertenece a una generación capaz de sobrevivir al hambre en la posguerra, a trabajar 16 horas diarias, cosiendo a la luz de una vela, a darlo todo por sacar a su familia adelante sin importar su vida.
Pero esa noche fue cuando empezamos a aprender que el cambio se podía producir con …. el milagro del amor.
Milagro de tener cerca también a una vecina maravillosa, cuyo aislamiento con su marido sin poder ver a sus hijas y pequeñísimos nietos, no le ha hecho olvidarse de mirar alrededor, que ha visto la necesidad de auxilio de su vecina de arriba que no sabe cocinar, que le ha subido unas lentejas con sustancia, una crema de calabacín y… una ensaladilla rusa.
Una ensaladilla rusa que mi madre, que se niega a comer, mira con cierto interés; dice sí a tomar un pinchito y, al probarla, cambia su cara, le sabe tan buena como todo lo que al guisarlo lleva cariño por ingrediente esencial y puede tomar otro poco. Esa ensaladilla rusa que todos guardamos sin tocarla para que mañana pueda comer otro “pinchito”.
Las comidas que me regala una mujer generosa que le quita importancia a su esfuerzo, que dice que se aburre y le sobra tiempo para ello, nos hacen sentir a todos una inmensa gratitud y con cada cucharada juntos vamos encontrándonos más fuertes ante este miedo.
Juntos vamos preguntando a quienes están pasando por la enfermedad cómo se encuentran, juntos vamos rezando por ellos y por todos cada tarde con los jesuitas y el Padre Olaizola, juntos vamos aprendiendo a anhelar conservar solo aquello que importa, a valorar estar vivos.
Y ella va recuperándose y tomando las riendas de mi casa que es y ha sido siempre la suya, de mi cocina que nunca ha sido mía y juntas vamos rescatando platos y hasta grandes recetas de Salamanca, el hornazo de Lunes de Aguas, hecho en horno de Albacete, las patatas meneadas… y con el estímulo de otras excepcionales comidas que sigue subiendo nuestra vecina vamos aprendiendo nuevas recetas, probando novedades que materializamos con ilusión y expectativas de acierto y regusto de quienes tanto queremos.
Y todo pasará, volverán errores y olvidos, volverán miedos y esperanzas, pero mis 15 x 4 días de encierro tendrán olor a cocina y amor, tendrán sabor a unión y perdón , tendrán …. la gratitud del milagro inesperado.